Cuando quieres a una persona, cuando bajas todas tus
barreras y te dejas ver realmente tal como eres, te sientes completamente
vulnerable. Eres absolutamente un ser indefenso, que se ha entregado a merced de la otra
persona y se ha involucrado en su felicidad. Lo peor de todo es que no tienes
armas, porque las guardaste en un cajón cuando decidiste quererle. Normalmente lo
hubieses evitado, la sensación de vulnerabilidad, el saber que te pueden hacer
daño cuando le plazca porque tú misma has decidido que sea algo así, es algo
que odias. Y no es precisamente odio lo que predomina, sino miedo, miedo a que
se desate la guerra y tú sin coraza. Miedo a perderlo todo tal y como llego,
sin esperarlo, con fuerza y de repente (“todo llega, todo pasa”). Te aterra la
facilidad con la que puedan hacerte daño y todo porque elegiste dejar de ser
intocable, invencible…